
No todo sale perfecto (y eso también es bonito)
En el taller hay días en los que todo fluye: el hilo corre suave, las costuras cuadran a la primera y el café sigue caliente.
Y luego están los otros… los de agujas que se rompen, costuras torcidas y telas que parecen tener vida propia.
Durante mucho tiempo pensé que esos días eran sinónimo de “fracaso”. Que si algo salía mal, el trabajo ya no merecía la pena.
Hasta que entendí que, precisamente ahí, en esos pequeños fallos, también vive la parte más bonita de lo artesanal.
Coser no es solo crear algo útil o bonito. Es aceptar el ritmo, las pausas, los errores y el aprendizaje que dejan.
Cada puntada imperfecta cuenta una historia, y cada descosido enseña algo que no estaba en el plan: a tener paciencia, a reírte de ti misma, a volver a empezar sin tanta exigencia.
Porque lo hecho a mano no busca la perfección, busca alma.
Y eso —esa mezcla de mimo, tiempo, fallos y cariño— es lo que hace que cada pieza de Wólof sea única.
Así que, si algún día algo no te sale como esperabas, respira.
A veces, lo más bonito ocurre justo cuando nada sale perfecto.